El escalador asimétrico II

martes, 22 de diciembre de 2009

(Viene de: el escalador asimétrico I)

El valle parece de repente un festival de sonidos, acentuados quizás por el mutismo en que se han sumido, como si hubieran acordado lo oportuno de un voto de silencio. Y desde luego el camino de regreso tiene algo de penitencia: incomoda el fresco susurro de la brisa en el hayedo, escuece el delicado crujir de las hojas sobre el camino, molestan los torrentes y sus variados borbotones, incordian los eufóricos cantos de los pájaros, exasperan los gritos de ánimo de otros escaladores a la entrada del valle y los juegos del eco que ya no hacen ninguna gracia. Duele todo aquello que está del otro lado de la piel.

De caminar con la mirada en el suelo casi no se han dado cuenta de que están ya saliendo del valle, y al girar detrás de un gran bloque les sorprende la presencia de un grupo de escaladores en la pared que se abre a su derecha.

Hola amigos, ¿cómo fue? –los saluda con su inconfundible castellano anglo-mexicano y una amplia sonrisa “el abuelo” Mark. Todos lo llaman “el abuelo” porque es el escalador más veterano de los que frecuentan el lugar, el que mejor conoce la zona y todas sus vías. Un día llegó y se instaló en una casita cerca de las paredes y hay quien dice que ha escalado todos los riscos de este valle. Afable, risueño, sereno, Mark se siente a gusto entre gente más joven que él, seguramente porque no debe de ser fácil encontrar gente que, a su edad, disfrute de un excedente de vitalidad tan extraordinario. Cuando escala, no cesa de animar a sus compañeros de cordada y tiene fama de conocer más de un millar de piropos en otras tantas lenguas que suele reservar para levantar el ánimo de quienquiera que sea la joven que se anime a escalar con él. Es una persona grande, entrañable, de ojos claros que brillan en destellos azules sobre su tez morena y sólida surcada por infinidad de fisuras y grietas. –Estas arrugas son las huellas de todas las risas que fueron de verdad –suele decir en ocasiones con voz profunda y mirada reflexiva... que irremediablemente va seguida de una sonora y contagiosa carcajada.

Pero la sonrisa que hoy boceta su rostro es de otro tipo. Y Daniel la agradece, porque en la cara de Mark la alegría es siempre una expresión desmesurada, y un gesto tan resumido no puede ser sino inequívoco signo de preocupación.

–¿Hubo algún problema? –pregunta Mark, consciente de que vuelven demasiado temprano.

–Sí, el paso clave del primer largo. Mi hombro no da –telegrafía Daniel con voz abatida y una ausencia sospechosa de expresión en su rostro.

–¡Ah! Lo recuerdo. Hace dos semanas la hicimos Pedro y yo. Es un paso delicado, sí –comenta Mark mientras baja la vista y se rasca una oreja con sus enormes dedos.

–¡Adiós! –se despide Daniel con una energía que parece provenir de lo más oscuro de su alma. Y comienza a caminar con airada determinación, dejando a Adela varios metros por detrás. Al igual que el torrente de pensamientos que le está siendo imposible ordenar, cada paso que da es más rápido y menos preciso y tropieza violentamente contra un pedrusco. Mucho mayor que la suma de todos sus dolores es ahora la presión con la que el nudo de su estómago se está tensando, la incontenible hemorragia de su orgullo herido: Pedro no mide más de un metro y sesenta centímetros.

Adela y Mark se miran por un instante. Él sonríe y le guiña un ojo, pero a diferencia de otras ocasiones esta vez su mirada es triste. No es el donjuán zalamero de los días felices, es el Mark que hace suya la tristeza de sus amigos. Y Adela le sonríe también, con su mejor sonrisa “gracias-saldremos-de-ésta”.

(Sigue en: el escalador asimétrico III)

0 comentarios:

Publicar un comentario