El sol estaba todavía bajo, todavía templado y, como un arroyo de luz, discurría tibio y manso bajo el ojo del puente. La mujer, con el cuerpo girado hacia aquél, hacía su particular fotosíntesis: absorbía plácidamente la luz solar y dispersaba a su alrededor un vaho invisible pero inapelable de dicha reposada y bienestar.
No sé por qué me pareció que el espacio contenido bajo aquel arco familiar no era exactamente el mismo de siempre. Quise atravesarlo despacio, sin prisa. Y mientras mi cuerpo era rodeado por una felicidad adhesiva, imaginé una explicación —seguramente absurda— al hecho de que la distancia entre los puntos de apoyo de un puente se denomine “luz”. Luego, sin que viniera en absoluto a cuento, me pregunté si aquella mujer sabría lo que era el euribor. También me pregunté, tropezando casi con la respuesta, si alguna vez le importó...
14/03/2012
3 comentarios:
En este relato se mira y admira a una mujer sentada al sol, y en éste no hacer nada más, ajena a economía alguna, parece derrochar en su ignorancia o sabiduría una calma totalmente contagiosa, tomando el sol sin importar quién es o qué tiene ¡Casi nada, oye! Me quedo con lo que dice el personaje… dicha reposada y bienestar y un homenaje a la vida.
Gracias.
Ana.
Gracias a ti por seguir el blog. Por cierto, cada minuto que pasa queda menos para el próximo día de sol...
Y en un día de sol, lo mejor... subir una piedra o dos.
Ana.
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