De vuelta

jueves, 20 de enero de 2011
Buscaba una papilla de frutas para su nieto. Mientras la mujer de bata blanca atendía a aquella joven, se acercó con paso torpe hacia un estante sobre el que divisó varios frascos de tonos pastel y un letrero borroso. An-ti-en-ve-je-ci-ciii-mm-mien-to! —acertó a leer una vez se acercó lo suficiente. Tambaleante volvió sobre sus pasos y se dirigió con dificultad pero con decisión hacia la luz de la calle. Y aunque le pareció oir la voz imprecisa y lejana de la dependienta, se apoyó en la manilla de la puerta y salió con andar asimétrico y contrariado de la farmacia.



Juan Luis Blanco
19/1/2011

Otra vez nada

martes, 18 de enero de 2011
Sospechaba que podía tratarse de un exceso de luz, porque nada veía mas que un inmenso blanco. Lo inquietaba aquel vacío, la permanente ausencia de cualquier detalle. La nada sin centro, sin dirección, sin sentido. Pensó que a lo mejor todas las imágenes percibidas en su vida se habían sumado en su cerebro en aquel preciso instante, y se asustó.

Pero lo sorprendió de repente un hueco en forma de murciélago durmiente, otro en forma de ánfora antigua, un tercero como una estrella manca de siete puntas. Curiosos orificios se abrían en la nada y a través de ellos no se veía más que una nueva e infinita nada, que obviamente era idéntica a la anterior. Atravesó uno de ellos para sentir la ilusión de que se dirigía a algún lado y cuando quiso volver ya no había abertura alguna. No supo discernir si se habían cerrado o se habían abierto del todo. Tampoco si estaba dentro o fuera de algo. Todo volvía a ser igualmente blanco, uniforme, indiferenciable. Se empezaba a sentir mareado y cada vez más ligero. Lo más increíble era que acababa de reparar en que ni siquiera podía ver su propio cuerpo. Comprendió que no había allí nada a lo que se pudiera llamar figura, que todo se había convertido en fondo, y que el tiempo no tenía ya a qué asirse.

Cerró los ojos y nada cambió. Los abrió y todo seguía igual. En el mismo instante en que mirar perdía su razón de ser, morir se le reveló como una realidad plausible. Quizás fuera eso... Intentó con todas sus fuerzas no pensar en adioses ni eternidades, pero no pudo huir de la certeza de que uno se muere para siempre.

Y en aquel no-lugar no parecía que fuera a aparecer nadie.



Juan Luis Blanco
14/1/2011