¿Qué tal?

lunes, 26 de abril de 2010
Hambre, sueño, prisa, viento, malestar, incomodidad. Calor, paraíso, sombra, frío, dudas, esta bien. Relax, delicias, primavera, durezas, humedad. Gozo, sangre, espuma, bochorno, sed. Envidia, derrapes, crujidos, campanas, salitre, sol. Temblores, nudos, luna, preguntas, suavidad. Bosque, laberinto, maleza, niebla, jaula, red. Venga, vamos, vete, ven... Impaciencia.

Tos.

!Qué cojones se yo cómo estoy!


Juan Luis Blanco
26/04/2010

Sombras de bajamar

viernes, 16 de abril de 2010

Era atardecer. Era bajamar. Era domingo. Todo estaba en retirada: la semana, el sol, la marea; el agua, el ánimo, la luz... Las sombras cada vez más alargadas de los pinos iban ocupando el enorme vacío oscuro que la bajamar siempre provocaba en la bahía, cuando dejaba al descubierto las rocas, los troncos podridos y la arena, uniformados por una húmeda capa de lodo y desesperanza. Al fondo, las pocas zonas de acantilado que permanecían todavía iluminadas por el sol ardían en un naranja premonitorio.

En momentos como aquel, a Silvio se le hacía difícil recordar los intensos azules y los verdes esmeralda de las pleamares, y su memoria buceaba en profundidades sombrías y empantanadas para reproducir su particular catálogo de añoranzas, en el que no faltaban su padre, dos novias, varios amigos y un gato. Lo más inquietante era que nunca olvidaba añadir a esa lista varias ausencias que todavía no se habían producido y que lo aterraban sobremanera, pues nada podía hacer para superarlas más que esperar a que ocurrieran, tratando de acostumbrarse a una certeza de la que hubiera preferido no ser dueño.

Sin embargo, aquel día, quizás porque echó de menos la habitual alegría en sus ojos de miel, se acordó de la mirada afligida de Rosana, la dependienta de la papelería que le había vendido los lapiceros y la goma de borrar dos días atrás. Algo debía de haberle ocurrido pues él no había conocido nunca la tristeza en aquel semblante. Sin embargo, no cabían dudas en aquella expresión alicaída, en aquel caminar cabizbajo, en aquellos movimientos pesarosos. ¿Qué podría estar pasando por aquella cabeza? ¿Qué es lo que estaba encogiendo su corazón? ¿Tendría que ver con el chico con quien había comenzado a salir?

Andaba Silvio elucubrando sobre causas y posibilidades mientras Rosana introducía los lapiceros y la goma en un sobrecito de papel de estraza. Entonces ocurrió. Ella cogió el billete que Silvio le había tendido y bajó la vista al cajón de la registradora, luego extendió su mano con el cambio, inclinó levemente la cabeza al lado contrario de donde él estaba y alzó la mirada hasta encontrarse con sus ojos. La tristeza no había desaparecido de su cara pero, inesperadamente, de entre sus labios surgió una preciosa y conmovedora sonrisa de cuya autenticidad era imposible dudar. Lo primero que pensó Silvio fue en lo difícil que debía de ser sonreír desde el sombrío lugar donde Rosana probablemente se encontrara entonces. Luego, se dio cuenta de que nunca nadie le había dirigido una sonrisa tan sorprendente y mágica como aquella. Y se sintió tan afortunado como quien viera una estrella fugaz en una tempestad, o encontrara un diamante en el fango renegrido de la bahía.

Oscurecía, y Silvio volvió por un momento a sus pensamientos, a sus añoranzas y a las ausencias inminentes. Se dio cuenta de que, nuevamente, andaba preocupándose por acontecimientos que estaban por suceder, y que su presente estaba ya lastrado de posibles desgracias futuras. Y pensó en lo inútil y perniciosa que le resultaba aquella absurda capacidad de anticipación y la inevitable manía de dar solamente por buenos los malos presagios. No sabía bien qué, pero pensó que más le valía hacer algo para cambiar aquel proceder.

Comenzó a desandar el camino hacia su casa y volvió a pensar en Rosana y en su encantadora sonrisa. Entonces, como quien descubre que la noche es la espalda del día, creyó comprender su misterio, su extraordinaria naturaleza: aquella sonrisa no estaba atada al aciago presente en que se producía, sino a alguna fortuna que aún estaba por llegar. Aquella sonrisa respiraba la certeza de un tiempo mejor. Silvio se detuvo y sonrió. Nadie lo vio, pero si alguien lo hubiera hecho habría descubierto una expresión nueva en su rostro. Continuó caminando con los ojos cerrados, tratando de recordar con nitidez la reveladora sonrisa de Rosana. Sonrisa de amanecer. Sonrisa de pleamar. Sonrisa de porvenir.



Juan Luis Blanco
16/4/2010