Inspirar, expirar

martes, 24 de enero de 2012

416.560.320, 416.560.321, 416.560.322...Alfredo leyó un día que el ser humano respira unas 25.900 veces al día.416.560.323, 416.560.324, 416.560.325...Eso hacían unas 9.453.500 al año.416.560.326, 416.560.327, 416.560.328...Unas 756.280.000 veces en una vida.416.560.329, 416.560.330... Concluyó alarmado que cada nueva inspiración le acercaba más a la muerte...416.560.331.y decidió dejar de respirar.

Juan Luis Blanco
24/01/2012

Hada marina

viernes, 13 de enero de 2012
Emergió una noche sin horizonte de una cueva laberíntica atestada de extraños y la mañana lluviosa de un sábado caminaba a su lado. Aquella mujer, que en ocasiones se engalanaba con olas de otros mares, propiciaba juegos de palabras entre desconocidos o traducía el discurrir del óxido sobre las rocas, lo llevó hasta el lugar exacto donde yacía la protagonista de un cuento que escribió muchos meses atrás, y que nadie más que él podía conocer. Se preguntó muchas veces qué tipo de trato tenía aquella criatura con el destino para provocar semejante cúmulo de casualidades a cada minuto. Con ella lo improbable corría el riesgo de convertirse en rutinario y pestañear podía suponer volver a abrir los ojos en una realidad irreconocible.

Su poder de atracción se extendía también al sol, a los equívocos con significado y a las miradas perdidas. Cruzarse con sus ojos entrañaba quedar irremediablemente hechizado. Dejarse rodear por sus brazos significaba navegar en un remolino hasta el hemisferio sur, y el más leve roce de sus labios desencadenaba mil notas submarinas de piano. Cuando ella le contó que era experta en el manejo de la espada, que a veces la adulaban en lengua árabe y que la víspera había conquistado Samoa, él la creyó. ¿Qué otra cosa podía hacer? Acababa de ponerle frente a frente con un personaje imaginario de cuya existencia nadie tenía noticia. Yacía a sus pies sobre el asfalto, con el mismo aspecto desaliñado y sucio con que él la había imaginado, con la diferencia de que Berta, la muñeca de fieltro, era ahora real. Y aquella mujer... ¿dónde estaba aquella mujer?


Juan Luis Blanco
13/1/2012

Hado rayado

jueves, 12 de enero de 2012
Antes fueron atronadoras ruedas negras, ahogándola en agua turbia y humo. Luego cientos de caminantes compulsivos, pisoteando el asfalto sin prestar atención. Berta, la muñeca de fieltro, permaneció varias horas sucia, mojada y maltrecha en el paso de cebra, antes de que aquel perro gris girara la cabeza.

Juan Luis Blanco
23/11/2010

Spam

jueves, 5 de enero de 2012
Estaba al pie del árbol de cartón. Tenía forma rectangular. Ni pesado ni liviano, ni grande ni pequeño. Era un paquete que podía contener cualquier cosa, y por eso le gustaba especialmente.

Tan sólo habían pasado seis días desde que Amadeo recibió aquel e-mail. Todavía se seguía preguntando quién, desde la lejana China, esperaba venderle algo mediante aquel mensaje. Aunque en realidad, era imposible saber si el objeto del mismo era la venta de algún producto, pues el asunto era un galimatías indescifrable de ideogramas chinos. O coreanos. O japoneses... ¿Cómo saberlo? Pero la cuestión era otra: ¿cómo pretendían convencerlo? ¿Cual de los 148 habitantes de Cerezal de Peñahorcada podía entender aquello? Hacía tiempo que no era testigo de un esfuerzo tan inútil.

Ya iba a tirarlo cuando dudó. Sabía que era absurdo, pero se le estaba haciendo muy difícil deshacerse de algo cuya naturaleza ignoraba. Su curiosidad, que no conocía todavía la derrota, se impuso nuevamente, y no pudo evitar abrir aquel esperpéntico exponente de spam. Como imaginaba, lo que encontró fue un nuevo laberinto, más complejo todavía, de símbolos que ni siquiera sabía en que dirección leer. Y sin embargo, entre aquellas constelaciones de trazos enigmáticos, distinguió, en menos de un segundo, tres signos familiares. Eran dos cifras y un símbolo: 25$.

Sin duda era el precio de algo. Pero resultaba imposible entender nada más allí. Tampoco comprendía del todo qué era exactamente lo que le llevó a clicar en aquel enlace ininteligible, por qué buscó algo parecido a un botón que pulsar en aquella página web, qué le empujó a escribir su dirección y número de cuenta en aquel cuadrado blanco. Era una locura. ¡Aquello no podía funcionar!

Pero el día 5 por la noche no podía dejar de pensar en el paquete que había llegado aquella mañana. No lo abrió. Y con una tonelada de ilusión y un resto de cartón le improvisó aquel pequeño árbol. Estaba nervioso y le estaba costando dormir. En los últimos siete años no había habido ni árboles ni regalos de navidad en aquella casa. Y hacía más de cuarenta que había olvidado qué era vivir esas fechas con emoción. Se sentía feliz, pero algo desasosegado. Cambió de postura. Recordó el e-mail y su afortunada ocurrencia. Se tumbó de costado. Le vino a la mente el mono azul y rojo del mensajero. ¿Qué era lo que contenía aquella caja? ¿Quién iba a creerse que se había autoregalado una sorpresa? Tenía calor y se destapó. Al poco sintió frío y volvió a cubrirse. Estaba inquieto. Las primeras mil vueltas en la cama lo llevaron hasta su niñez. Hasta aquel estado de ilusión, esperanza y excitación absolutas. Nunca imaginó que volvería a sentirse así algún dia. Confiaba en que su regalo fuera, al menos, sencillo de usar. O que las instrucciones no vinieran solamente en chino. Luego dio otras mil vueltas y, por fin, mientras observaba plácidamente al mensajero, con su casco de oro y brillantes, atravesando aquellas nubes esmeralda en su aeroplano de cartón, se durmió.


Juan Luis Blanco
5/1/2012