Paracaídas para sueños

lunes, 5 de mayo de 2014

El otro día caí desde el sueño de alguien. Caí en la orilla de un río, que es esa parte dura y árida estrechamente en contacto con esa otra más húmeda y mullida. Esa que a tan sólo medio metro de mis narices se burbujeaba de risa con mi dolorosa casi buena suerte. Aunque a mi me parece que caer de los sueños de otros siempre es duro, sea agua, piedra o una piscina de vodka lo que te recoja más abajo. Por el dolor, supuse que me había roto unos quince huesos. Pero no. Estaba entero, es decir, físicamente entero. Y recordé entonces mi viejo proyecto de paracaídas para sueños ajenos.

Porque no era la primera vez. Ya antes me había pasado. Con algo más de suerte. O quizás no. Aquella vez caí de lleno en el duodécimo compás de una partitura para trompeta. Y en principio no me pareció mal aterrizar sobre un pentagrama. Pero aquello estaba superpoblado de semicorcheas, que ya tiene bemoles ir caer en pleno allegretto. Las redondas del pentagrama superior no querían ni mirar. Salí atravesado por infinidad de plicas y corchetes y odiando para siempre la escritura musical.

Y sí, allí nació la idea del paracaídas porque, ¿qué culpa tiene uno de que otros anden metiéndole en sus sueños? No sale a cuenta ponerle a un ciego una película muda ni esa existencia inconsciente en los mundos imaginados de otros. Más aún si luego ocurre una caída de éstas y sale uno con huesos quebrados e interrogantes de plomo. No sé yo si alguien soñará conmigo un día de éstos. Quizás sea inevitable ¿qué se yo? Pero si lo hace, le pido por favor que cuide los bordes de su sueño, que yo soy muy amigo de precipicios y acantilados, muy de tropezar y además despistado.



Juan Luis Blanco
5/5/2014