A don Antonio

domingo, 26 de agosto de 2012

A veces, don Antonio, yo lo busco baldíamente en los caminos. Sé que no volvió, que no volverá, pero me gusta imaginar que habita en ellos, junto a otros seres livianos e inaprensibles. Seres de poco peso y mucha carga. No hablo ahora de quienes los transitan, quienes los hacen con su andar pasajero, sino de sus habitantes permanentes, sus moradores naturales. Seres aclimatados a los lugares de paso y corrientes. Hablo de las huellas, de los infinitos y dispares rastros. Del eco sordo de las pisadas, del polvo foráneo de los retornos, de la música narcótica de las cigarras. De las estelas de los huídos, del crujido de los desencuentros, de la brisa sanadora de las borrascas. Hablo de flecos de recuerdos, de espaldas de utopías y añoranzas de expatriado. Y, en número incalculable, de certezas incompletas, de dudas incorruptibles y de excepciones. Muchísimas excepciones, y aleteos sutiles de esperanza, y algún sapo.

¡Tenga buen día don Antonio!



Juan Luis Blanco
26/08/2012

Desactualizado

jueves, 2 de agosto de 2012

John Lennon asesinado —leyó en la portada del periódico.

Ya lo había previsto meses atrás. Desde que comenzó a leer diariamente los periódicos editados 33 años antes, suponía que algún día se encontraría de nuevo con aquella horrible noticia. Salió a la calle con un brazalete negro en honor al más grande músico del siglo XX. Nadie le dijo nada porque nadie se extrañó. Muy probablemente —y desgraciadamente, dicho sea de paso— porque a todos se nos ocurren cientos de motivos por los que uno puede llevar un brazalete negro un lunes cualquiera.

El caso es que, desde que se hartó de que los periódicos trataran a sus lectores como imbéciles sin criterio, ni inteligencia, ni sentido común, empezó a regir su vida por informaciones obsoletas, noticias olvidadas y sucesos ocurridos y relatados mucho tiempo atrás. Comenzó con periódicos publicados 11 años antes y, salvo ciertos consejos extraños sobre ordenadores y cambios de milenio, algunos litros de gasolina de más comprados ante la inminente subida del petróleo y los problemas con la moneda oficial y los cálculos consiguientes, no tuvo mayor problema en su vida ordinaria.

De modo que, animado por el éxito y por la fabulosa hemeroteca que habían estrenado en la biblioteca cercana a su casa, decidió aumentar el salto a 22 años. Le alegró saber que su sueldo se podía comparar con el de los profesionales más cualificados, aunque los políticos, economistas e inmobiliarias mentían, como siempre, sobre los precios reales de la vivienda, mucho más cara de lo que anunciaban. Por lo demás, ya se había acostumbrado a los cambios repentinos de programación en cines, teatros y conciertos. Y no podía negar que las sorpresas, en la mayoría de los casos, eran de lo más agradables.

Su sempiterno afán de superación lo llevó hasta los 33 años de distancia, que a pesar del enorme desfase temporal que suponían, no le impedía llevar una vida normal. Los precios eran quizás lo único problemático, pero había mejorado mucho su capacidad para el cálculo proporcional a fuerza de ejercitarlo a menudo. Lo mejor, sin duda, era la inmensa alegría de constatar a diario que su ciudad era mucho más pacífica que aquel horror que se empeñaban en mostrar los medios. Por no mencionar la absoluta despreocupación ante el anuncio del iniminente final del mundo, del que se enteraría dentro de 33, o quizás 44 años...

Y así, vivía cada día más tranquilo en la seguridad de que ninguna de las informaciones coincidía con la realidad en la que vivía a no ser que se produjeran improbables coincidencias. Y sobre todo, disfrutaba de la apacible consciencia de saber que aquella farsa de mundo, aquella fábrica de mentiras, aquel escaparate de cristales coloreados, lo estaba creando él. Él, una sencilla artimaña, y nadie más.



Juan Luis Blanco
01/08/2012

Espejos

miércoles, 20 de junio de 2012
Llevaba toda la vida exhibiendo aquella sonrisa y todavía no la había hecho suya. Imagino que, a ratos, tendría motivos para ser feliz. Y supongo que sabía el tipo de sonrisa que pretendía para su rostro pero, o no se la había estudiado bien, o carecía de las dotes interpretativas suficientes. El resultado era una mueca vacía, insustancial, inquietante, ante la que los demas sonreían a su vez nerviosos.

Excepto el raro de Joel, que nunca había sabido deshacerse de aquella expresión de lástima permanente, todos los demás parecían encantados de conocerle. Y él se sentía verdaderamente complacido. Asi que, otro día más, se miró en el espejo, fabricó su patética sonrisa y salió a contagiar de alegría a sus amigos.

Juan Luis Blanco
20/06/2012

Portaequipajes

martes, 8 de mayo de 2012
Aparentemente no había sonido que acompañara sus esfuerzos, porque mientras aquella señora intentaba infructuosamente colocar su maleta sobre el portaequipajes del vagón en marcha, yo escuchaba a Mark Knopfler a través de mis auriculares. Cumplir años como es debido nos limita ciertas capacidades —pensé—, pero nos regala, en compensación, nuevas destrezas. A aquella señora, por ejemplo, le hubiera resultado imposible alzar su enorme maleta sin la ayuda del joven que viajaba a su lado. Por mi parte, hace ya tiempo que no tengo ningún reparo en admitir —intuyo que ella tampoco— que cada vez disfruto más con la música sosegada y algo trasnochada cincelada hace más de dos decadas en ciertos discos de vinilo.

En la misma medida en que perdemos vigor y fortaleza, extraviamos, sin darnos casi cuenta, muchos complejos. Parece de justicia.

Sin embargo, ya con mi saco de complejos medio vacío —hoy me he levantado optimista—, tampoco me cuesta reconocer que me provocan escalofríos de entusiasmo algunos experimentos sonoros que, muy probablemente, sólo un adolescente como aquel podría ayudarme a etiquetar. Y mientras el horizonte cambia de aspecto, que no de lugar, pienso que a lo mejor sentirse pleno es solamente eso: mirar hacia atrás con satisfacción y sin reparos; y hacia adelante con curiosidad y una sonrisa.

El chico amable ha cogido su mochila y se ha bajado en Castejón. Sospecho que en la siguiente parada soy yo quien tendrá ocasión de demostrar simultáneamente mi buena educación y la debilidad de mis hombros eternamente convalecientes. Mientras me pregunto cómo haré para bajar aquel enorme bulto fucsia de allí arriba, me asalta una duda, práctica en su origen, y existencial pocos segundos más tarde: ¿Es acertado emprender un viaje con un equipaje que uno mismo no puede acarrear? Abierto el baúl de las dudas, no es sencillo contenerse: y si atiborramos nuestra maleta de pertenencias, ¿quedará algún hueco para las sorpresas que encontremos en el camino?

El tren vuelve a avanzar. Y mi pensamiento entra en ese bucle frenético y misterioso que precede al sueño: acelero, descarrilo, parpadeo, me retraso, deliro, salto, tarareo, trigo, Lisboa, cruce, nube, noche, paz. Sueño.

Juan Luis Blanco
08/05/2012

Tierras de nadie

lunes, 26 de marzo de 2012
Días antes, cuando la dependienta de la papelería le preguntó de qué grosor quería el rotulador, se percató repentinamente de lo absurdo de ciertas convenciones que los humanos aceptamos sin reparo alguno. Por ejemplo, la de que los volúmenes tienen tres dimensiones, los planos dos y las lineas tan sólo una, lo cual, por muy paradójica que nos resulte la deducción, coloca a los puntos en precaria situación de adimensionalidad. Asi que, aquella reflexión imprevista y este párrafo se cierran con un ente teóricamente adimensional.

Siempre había pensado que la física, las matemáticas, la geometría... habían dado lugar a conceptos realmente singulares que mostraban una coherencia firme y diáfana mientras flotaban en el intelecto colectivo. Pero en algún momento aquéllos bajaban a la superficie, se adherían a la materia, y era entonces cuando hacían gala de una incongruencia pastosa y turbia. Porque las lineas que había dibujado aquella mañana tenían longitudes diversas, pero un grosor exacto de 0,4 milímetros. Lineas de dos dimensiones. También había algunas de 0,8 milímetros. Pero, ¿cual era el grosor en el que se debería considerar que una linea dejaba de serlo? ¿Bastaba con que una de las dos dimensiones fuera muy superior a la otra para seguir hablando de lineas? ¿Alguien había definido alguna vez aquella relación?

Fue por la tarde, mientras conducía por aquella carretera fronteriza cuando volvió a reflexionar sobre aquellos y otros despropósitos dimensionales. La calzada encadenaba una curva con la siguiente y el asfalto estaba divido en dos estrechos carriles por una reluciente “linea continua”. Pero, ¿no era absurda y redundante aquella expresión? Por definición, toda linea es continua hasta que se acaba. Y en una carretera, esa ausencia de huecos revela su significado y la inequívoca invitación a no ser traspasada. Porque, cuando el ingeniero que diseñó la carretera quiere dar a entender que podemos invadir el carril contrario, dibuja unas lineas más cortas separadas por espacios, que son las puertas que comuican ambos carriles. Y así todo está muy claro.

Sin embargo, ¿no resultaba todavía más desconcertante llamar a esta sucesión de lineas “linea discontinua”? ¿Cuál era el motivo de que el final de una linea no supusiera razón suficiente para dejar de designarla como tal? ¿Por qué el espacio entre dos lineas separadas seguía llamandose linea? ¿Acaso eran lo mismo la luz y la oscuridad? ¿El dia y la noche? ¿La materia y el vacío? ¿Cuál era la razón de que se agruparan realidades opuestas bajo una misma designación? ¿Se le ocurriría a alguien hablar de “materia discontínua”? Entonces, ¿podríamos también designarlo como “vacio discontinuo? ¿Por qué se agrupaban todas aquellas lineas cortas en un ente superior? ¿Existía algún tipo de relación entre ellas? ¿Sabían acaso las unas de las otras? ¿Qué opinaría de todo esto la persona que las pintó?

Redujo la marcha y el ritmo frenético de sus pensamientos antes de entrar en aquella nueva curva. Tras ella, a la derecha, apareció un cartel verde que indicaba que estaba abandonando la comunidad de Cantabria. A unos cincuenta metros un nuevo cartel le daba la bienvenida al Principado de Asturias. Sonrió, como siempre que pasaba por un lugar como aquél, ante lo absurdo de esas otras lineas imaginarias que intentan, de modo tan pretencioso como inútil, separar territorios, culturas y costumbres. Y le hizo gracia recordar que precisamente las fronteras se representan con “lineas discontinuas” en los mapas. No sabía discernir si había allí una invitación sutilmente sugerida o era más bien que los topógrafos no se atrevían a representar de manera más contundente unos límites imaginarios, invisibles y totalmente arbitrarios.

Sea como fuere, aquel día paró el coche entre los dos carteles y miró detenidamente el amplio giro de la carretera. Acababa de salir de una comunidad y no había entrado todavía en la siguiente. ¿Era aquel espacio el grosor real de una frontera? ¿A quién pertenecía aquel absurdo lugar? ¿No era inquietante que en aquel punto uno se convirtiera en foráneo para cualquiera de los habitantes de ambos territorios? Ensimismado en aquellas reflexiones se sentó sobre un canto rodado mientras observaba el escarpado desfiladero y escuchaba la corriente del rio. Una sorprendente sensación de familiaridad lo invadió en pocos minutos. Aquel lugar oscuro, incómodo e impreciso en que tantas veces se había convertido su alma, acababa de materializarse como una realidad palpable, visible y transitable: había descubierto su primera tierra de nadie. Para su sorpresa se notó gratamente reconfortado, como quien hubiera encontrado su lugar en el mundo. Y sintiéndose habitante de pleno derecho de aquella curva, permaneció allí hasta que la oscuridad igualó las montañas.

Juan Luis Blanco
26/03/2012

Bajo el puente

miércoles, 14 de marzo de 2012
Hay mañanas que se parecen a otras muchas mañanas y que, sin embargo, resultan ser un homenaje a la vida. Igualmente, hay personas que bajo la apariencia de lo ordinario esconden seres humanos excepcionales. Como la mujer sentada esta mañana bajo el puente.

El sol estaba todavía bajo, todavía templado y, como un arroyo de luz, discurría tibio y manso bajo el ojo del puente. La mujer, con el cuerpo girado hacia aquél, hacía su particular fotosíntesis: absorbía plácidamente la luz solar y dispersaba a su alrededor un vaho invisible pero inapelable de dicha reposada y bienestar.

No sé por qué me pareció que el espacio contenido bajo aquel arco familiar no era exactamente el mismo de siempre. Quise atravesarlo despacio, sin prisa. Y mientras mi cuerpo era rodeado por una felicidad adhesiva, imaginé una explicación —seguramente absurda— al hecho de que la distancia entre los puntos de apoyo de un puente se denomine “luz”. Luego, sin que viniera en absoluto a cuento, me pregunté si aquella mujer sabría lo que era el euribor. También me pregunté, tropezando casi con la respuesta, si alguna vez le importó...


Juan Luis Blanco
14/03/2012

Afinador de sirenas

miércoles, 7 de marzo de 2012

A la vista de cómo suenan las campanas de algunas iglesias llegué en su día a la conclusión de que, después de su fabricación, nunca más fueron afinadas. La verdad es que no sé si quedan afinadores de campanas. Pero hay alguien que afina las sirenas de los barcos. No sé quien es pero hoy trabaja en el barco que la semana pasada botaron los astilleros y que ahora aguarda a que se decidan sus singladuras en el dique sur del puerto.

En ocasiones me ha llegado a irritar con su indiscreto y estridente oficio, pero desde hace bien poco admiro a ese hombre. Uno no puede saludar un puerto con una sirena triste y rota, ni puede despedirse de él con un sonido discordante y agudo. ¿Cómo avisar entre la niebla a los otros barcos si la sirena no transmite ni la presencia ni la gravead suficientes? Hoy los barcos tienen diferentes voces, y todas han de hablar con el tono adecuado.

Mientras cierro la ventana para poder escuchar el último disco de Manel, me asalta la sospecha de que el afinador de sirenas podría enseñarme muchas cosas.


Juan Luis Blanco
07/03/2012

Instantáneas y presencias

miércoles, 22 de febrero de 2012
Si me hubieran dicho que se habían escapado de un cuento les hubiera creído. Flotaban entre las fotografías de la exposición, hablaban en idiomas de muchas vocales y se sonreían mutuamente desde muy dentro. Eran un hombre y una mujer dibujados con lineas claras, precisas, seguras. Tenían la infalible presencia de los silencios inesperados, de los remansos en los torrentes. Y el humor saludable de quienes se mofan de sí mismos. Se llevaron las texturas en sus ojos, la luz en la memoria y el color en sus corazones. El sueño inevitable de una anciana ausente los hizo desaparecer. Antes, me mostraron cien matices de la amabilidad en dos sonrisas. Me quedó la irresistible curiosidad de explorar el mundo del que vinieron.

Juan Luis Blanco
22/02/2012

Inspirar, expirar

martes, 24 de enero de 2012

416.560.320, 416.560.321, 416.560.322...Alfredo leyó un día que el ser humano respira unas 25.900 veces al día.416.560.323, 416.560.324, 416.560.325...Eso hacían unas 9.453.500 al año.416.560.326, 416.560.327, 416.560.328...Unas 756.280.000 veces en una vida.416.560.329, 416.560.330... Concluyó alarmado que cada nueva inspiración le acercaba más a la muerte...416.560.331.y decidió dejar de respirar.

Juan Luis Blanco
24/01/2012

Hada marina

viernes, 13 de enero de 2012
Emergió una noche sin horizonte de una cueva laberíntica atestada de extraños y la mañana lluviosa de un sábado caminaba a su lado. Aquella mujer, que en ocasiones se engalanaba con olas de otros mares, propiciaba juegos de palabras entre desconocidos o traducía el discurrir del óxido sobre las rocas, lo llevó hasta el lugar exacto donde yacía la protagonista de un cuento que escribió muchos meses atrás, y que nadie más que él podía conocer. Se preguntó muchas veces qué tipo de trato tenía aquella criatura con el destino para provocar semejante cúmulo de casualidades a cada minuto. Con ella lo improbable corría el riesgo de convertirse en rutinario y pestañear podía suponer volver a abrir los ojos en una realidad irreconocible.

Su poder de atracción se extendía también al sol, a los equívocos con significado y a las miradas perdidas. Cruzarse con sus ojos entrañaba quedar irremediablemente hechizado. Dejarse rodear por sus brazos significaba navegar en un remolino hasta el hemisferio sur, y el más leve roce de sus labios desencadenaba mil notas submarinas de piano. Cuando ella le contó que era experta en el manejo de la espada, que a veces la adulaban en lengua árabe y que la víspera había conquistado Samoa, él la creyó. ¿Qué otra cosa podía hacer? Acababa de ponerle frente a frente con un personaje imaginario de cuya existencia nadie tenía noticia. Yacía a sus pies sobre el asfalto, con el mismo aspecto desaliñado y sucio con que él la había imaginado, con la diferencia de que Berta, la muñeca de fieltro, era ahora real. Y aquella mujer... ¿dónde estaba aquella mujer?


Juan Luis Blanco
13/1/2012

Hado rayado

jueves, 12 de enero de 2012
Antes fueron atronadoras ruedas negras, ahogándola en agua turbia y humo. Luego cientos de caminantes compulsivos, pisoteando el asfalto sin prestar atención. Berta, la muñeca de fieltro, permaneció varias horas sucia, mojada y maltrecha en el paso de cebra, antes de que aquel perro gris girara la cabeza.

Juan Luis Blanco
23/11/2010

Spam

jueves, 5 de enero de 2012
Estaba al pie del árbol de cartón. Tenía forma rectangular. Ni pesado ni liviano, ni grande ni pequeño. Era un paquete que podía contener cualquier cosa, y por eso le gustaba especialmente.

Tan sólo habían pasado seis días desde que Amadeo recibió aquel e-mail. Todavía se seguía preguntando quién, desde la lejana China, esperaba venderle algo mediante aquel mensaje. Aunque en realidad, era imposible saber si el objeto del mismo era la venta de algún producto, pues el asunto era un galimatías indescifrable de ideogramas chinos. O coreanos. O japoneses... ¿Cómo saberlo? Pero la cuestión era otra: ¿cómo pretendían convencerlo? ¿Cual de los 148 habitantes de Cerezal de Peñahorcada podía entender aquello? Hacía tiempo que no era testigo de un esfuerzo tan inútil.

Ya iba a tirarlo cuando dudó. Sabía que era absurdo, pero se le estaba haciendo muy difícil deshacerse de algo cuya naturaleza ignoraba. Su curiosidad, que no conocía todavía la derrota, se impuso nuevamente, y no pudo evitar abrir aquel esperpéntico exponente de spam. Como imaginaba, lo que encontró fue un nuevo laberinto, más complejo todavía, de símbolos que ni siquiera sabía en que dirección leer. Y sin embargo, entre aquellas constelaciones de trazos enigmáticos, distinguió, en menos de un segundo, tres signos familiares. Eran dos cifras y un símbolo: 25$.

Sin duda era el precio de algo. Pero resultaba imposible entender nada más allí. Tampoco comprendía del todo qué era exactamente lo que le llevó a clicar en aquel enlace ininteligible, por qué buscó algo parecido a un botón que pulsar en aquella página web, qué le empujó a escribir su dirección y número de cuenta en aquel cuadrado blanco. Era una locura. ¡Aquello no podía funcionar!

Pero el día 5 por la noche no podía dejar de pensar en el paquete que había llegado aquella mañana. No lo abrió. Y con una tonelada de ilusión y un resto de cartón le improvisó aquel pequeño árbol. Estaba nervioso y le estaba costando dormir. En los últimos siete años no había habido ni árboles ni regalos de navidad en aquella casa. Y hacía más de cuarenta que había olvidado qué era vivir esas fechas con emoción. Se sentía feliz, pero algo desasosegado. Cambió de postura. Recordó el e-mail y su afortunada ocurrencia. Se tumbó de costado. Le vino a la mente el mono azul y rojo del mensajero. ¿Qué era lo que contenía aquella caja? ¿Quién iba a creerse que se había autoregalado una sorpresa? Tenía calor y se destapó. Al poco sintió frío y volvió a cubrirse. Estaba inquieto. Las primeras mil vueltas en la cama lo llevaron hasta su niñez. Hasta aquel estado de ilusión, esperanza y excitación absolutas. Nunca imaginó que volvería a sentirse así algún dia. Confiaba en que su regalo fuera, al menos, sencillo de usar. O que las instrucciones no vinieran solamente en chino. Luego dio otras mil vueltas y, por fin, mientras observaba plácidamente al mensajero, con su casco de oro y brillantes, atravesando aquellas nubes esmeralda en su aeroplano de cartón, se durmió.


Juan Luis Blanco
5/1/2012