Nuevo glosario espacio-anímico

martes, 2 de diciembre de 2014

El contentómetro de bolsillo subió 25 UFFs (Unidades Finitas de Felicidad) en tan sólo un minuto. Patriaña, besastre —repitió. Siempre que Oriol inventaba palabras aquel aparatejo reflejaba un incremento significativo en su MUAC (Muestra Unitaria Aleatoria de Contento), lo que sin duda afectaría positivamente a su GRIS (Gradiente Remuestreado del Incremento de Satisfacción) de aquel horrible lunes y, muy probablemente, al PUAJ (Promedio Unificado de Alegría y Júbilo) de aquel oscuro mes de noviembre, contribuyendo a neutralizar el bajón provocado por la pérdida del pequeño cofre donde guardaba todas las palabras que había inventado desde 2014.

Su afición a inventar palabras le nació el mismo día en que la nave Phileas se posó en el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko, y los científicos —tan precisos ellos— alardearon del éxito del “acometaje”. Le gustó el hecho de que necesitaran pergeñar una palabra para un suceso que nunca antes había tenido lugar. Pero no le hizo tanta gracia el vocablo en sí. Quizás si un trío de piratas enanos hubiera saltado de la nave vociferando amenazas y ondeando la bandera de los fémures cruzados y la calavera, el palabro le habría resultado simpático. Entendía sin embargo que no era una cuestión ni de romanticismo ni de sonoridad, sino de precisión. Y sintió un vaporoso pudor al recordar su deseo, nunca confesado, de que aquella nave perdiera el control y quedara empotrada en el cometa, de modo que le fuera posible reutilizar la palabra “acometida” con absoluta propiedad en este —también— novedoso episodio.

Distraído por palabras sin diccionario, astros incongruentes y naves saltimbanquis, su mente no tardó en iniciar una deriva entre hiperbólica y errática —como hacía siempre que algún MUAC positivo lo sorprendía temprano—, hasta que se aferró a una pregunta que pasaba por delante de Urano: ¿Podría usarse el verbo “volar” en el espacio, donde nada pesa, nada atrae a nada hacia ningún suelo, donde incluso la misma idea de suelo es inconcebible y conceptos como posición o dirección se desvanecen? En sentido estricto parecía evidente que.... ¿Puede usarse el verbo “flotar” en el espacio, donde nada te sostiene, donde nada te empuja con una fuerza proporcional a nada, donde hundirte es imposible y emerger no tiene sentido? Aaaah! No podía parar aquel bucle, el siguiente signo de interrogación se estaba ya formando a la izquierda de Mercurio y la pregunta se materializó con un peso totalmente absurdo para su enclave: ¿Tiene algún sentido preguntarse sobre las palabras que uno puede o no puede usar en el espacio cuando la mayoría de las veces no acertamos con las palabras que deberíamos usar en nuestro planeta?

Uff, uff, uff! Su contentómetro de bolsillo estaba bajando a razón de 1 UFF por interrogante. ¡Tenía que hacer algo! ¡Necesitaba una afirmación categórica! ¡O un par de esdrújulas nuevas!

¡Pijámide! ¡polipatético!...

Uff...


Juan Luis Blanco
2/12/2014

Paracaídas para sueños

lunes, 5 de mayo de 2014

El otro día caí desde el sueño de alguien. Caí en la orilla de un río, que es esa parte dura y árida estrechamente en contacto con esa otra más húmeda y mullida. Esa que a tan sólo medio metro de mis narices se burbujeaba de risa con mi dolorosa casi buena suerte. Aunque a mi me parece que caer de los sueños de otros siempre es duro, sea agua, piedra o una piscina de vodka lo que te recoja más abajo. Por el dolor, supuse que me había roto unos quince huesos. Pero no. Estaba entero, es decir, físicamente entero. Y recordé entonces mi viejo proyecto de paracaídas para sueños ajenos.

Porque no era la primera vez. Ya antes me había pasado. Con algo más de suerte. O quizás no. Aquella vez caí de lleno en el duodécimo compás de una partitura para trompeta. Y en principio no me pareció mal aterrizar sobre un pentagrama. Pero aquello estaba superpoblado de semicorcheas, que ya tiene bemoles ir caer en pleno allegretto. Las redondas del pentagrama superior no querían ni mirar. Salí atravesado por infinidad de plicas y corchetes y odiando para siempre la escritura musical.

Y sí, allí nació la idea del paracaídas porque, ¿qué culpa tiene uno de que otros anden metiéndole en sus sueños? No sale a cuenta ponerle a un ciego una película muda ni esa existencia inconsciente en los mundos imaginados de otros. Más aún si luego ocurre una caída de éstas y sale uno con huesos quebrados e interrogantes de plomo. No sé yo si alguien soñará conmigo un día de éstos. Quizás sea inevitable ¿qué se yo? Pero si lo hace, le pido por favor que cuide los bordes de su sueño, que yo soy muy amigo de precipicios y acantilados, muy de tropezar y además despistado.



Juan Luis Blanco
5/5/2014

Solo en la casa

martes, 29 de abril de 2014

Una puerta llora. El llanto acompaña la entrada a la casa vacía. Un eco de risas pretéritas me asalta desde la oscuridad y un lamento, un lamento inaudible pero presente, se desliza por el pasillo. Cientos de minutos de felicidad enmohecida se me vienen encima desde los techos. La casa duele. Y hay un alma sola, un alma partida, un alma agotada, que no termina de habitarla. En la calle suena la música. Adentro ninguna melodía puede con ese silencio sólido, pesado y monocolor. Solo en la casa. En la casa deshabitada. Un vals desgarrador se cuela sin permiso por una grieta y grita una insoportable ausencia. La puerta llora de nuevo. Y otro llanto acompaña la salida de la casa desierta. Afuera, el futuro se viste de nube y, mirándome insistente desde los charcos, la lluvia se confirma como nueva compañera.



Juan Luis Blanco
29/04/2014

El pianista del número 23

miércoles, 19 de marzo de 2014

Son las 7:06 de la tarde. El pianista del número 23 de la calle Eerste Laurierdwarsstraat lleva ya 191 compases confundiendo cantidad con calidad, velocidad con emoción, virtuosismo con belleza. Yo me mareo sólo de pensar en la conmovedora maravilla que podría salir de esos dedos si el pianista del número 238 de la calle Eerste Laurierdwarsstraat diera tiempo a la belleza para acomodarse en los apretados intervalos entre las notas. A ratos distingo fragmentos conocidos entre la avalancha de sonidos: Beethoven, sonata nº2, presto agitato.

Y llevo horas, días, pensando en todas esas cosas que podrían ser —porque todas las circunstancias para que sean se dan— pero no son. El pianista del número 2385 de la calle Eerste Laurierdwarsstraat podría tocar una canción bellísima, una pieza que nos hiciera llorar de felicidad, que hiciera detenerse a los paseantes y a los ciclistas para escuchar. El pianista del número 23854 de la calle Eerste Laurierdwarsstraat podría, de hecho puede, pero no tiene tiempo de tocar esa pieza. O a lo mejor ya la tocó algún día, hace tiempo, y por la razón que sea no quiere volverlo a hacer.

Yo ya he dejado Amsterdam. Me llevo recuerdos inolvidables. Pero no puedo evitar acordarme de los peces del canal cercano a la casa del pianista del número 238546 de la calle Eerste Laurierdwarsstraat. Los imagino nadando entre las bicicletas oxidadas del fondo del canal mientras las miles de notas que continúan saliendo del piano del pianista del número 2385462 de la calle Eerste Laurierdwarsstraat atraviesan las aguas marrones tiñendo con la inexplicable tristeza del virtuosismo estéril los atardeceres subacuáticos. Y, curiosamente, llevo horas, días, echando de menos esa pieza, quizás no tan virtuosa, que nunca escuché, que probablemente nunca escucharé, en el piano de la casa del número 23. En la calle Eerste Laurierdwarsstraat.



Juan Luis Blanco
18/03/2014