El pianista del número 23

miércoles, 19 de marzo de 2014

Son las 7:06 de la tarde. El pianista del número 23 de la calle Eerste Laurierdwarsstraat lleva ya 191 compases confundiendo cantidad con calidad, velocidad con emoción, virtuosismo con belleza. Yo me mareo sólo de pensar en la conmovedora maravilla que podría salir de esos dedos si el pianista del número 238 de la calle Eerste Laurierdwarsstraat diera tiempo a la belleza para acomodarse en los apretados intervalos entre las notas. A ratos distingo fragmentos conocidos entre la avalancha de sonidos: Beethoven, sonata nº2, presto agitato.

Y llevo horas, días, pensando en todas esas cosas que podrían ser —porque todas las circunstancias para que sean se dan— pero no son. El pianista del número 2385 de la calle Eerste Laurierdwarsstraat podría tocar una canción bellísima, una pieza que nos hiciera llorar de felicidad, que hiciera detenerse a los paseantes y a los ciclistas para escuchar. El pianista del número 23854 de la calle Eerste Laurierdwarsstraat podría, de hecho puede, pero no tiene tiempo de tocar esa pieza. O a lo mejor ya la tocó algún día, hace tiempo, y por la razón que sea no quiere volverlo a hacer.

Yo ya he dejado Amsterdam. Me llevo recuerdos inolvidables. Pero no puedo evitar acordarme de los peces del canal cercano a la casa del pianista del número 238546 de la calle Eerste Laurierdwarsstraat. Los imagino nadando entre las bicicletas oxidadas del fondo del canal mientras las miles de notas que continúan saliendo del piano del pianista del número 2385462 de la calle Eerste Laurierdwarsstraat atraviesan las aguas marrones tiñendo con la inexplicable tristeza del virtuosismo estéril los atardeceres subacuáticos. Y, curiosamente, llevo horas, días, echando de menos esa pieza, quizás no tan virtuosa, que nunca escuché, que probablemente nunca escucharé, en el piano de la casa del número 23. En la calle Eerste Laurierdwarsstraat.



Juan Luis Blanco
18/03/2014

0 comentarios:

Publicar un comentario