Parecidos

sábado, 26 de noviembre de 2011

La tarde en que la conoció comenzaron las extrañas transfiguraciones. Aunque las cosas seguían manteniendo su apariencia de siempre, no podía evitar descubrir extravagantes parecidos entre los objetos más dispares. Así, veía similitudes que nunca antes se le habían revelado entre los ataúdes y las bañeras, los timones y las ruletas, las cruces y los puñales, los globos y las bombas, los lápices y las lanzas, las bombillas y las lágrimas... En un principio se preguntó a qué podía deberse todo aquello, qué significado podía tener. Luego, prudentemente, decidió no ahondar demasiado en el asunto y se juró que, cuando lo encontrara, rompería el papel donde apuntó su teléfono.


Juan Luis Blanco
23/11/2011

Revés de otoño

lunes, 14 de noviembre de 2011
En ocasiones el otoño se presenta parduzco, monócromo y sin brillo, como esa carretera abandonada donde pasean los jubilados, o como la valla descolorida de un parque infantil vacío.

A veces tiene el sabor impronunciable de los retornos aplazados, o el gusto rancio de los caramelos olvidados en los abrigos.

A veces zumba como un timbre lejano que toca en otra puerta. Otras, suena simple y llanamente a silencio roto.

El otoño huele a veces a vertedero de ilusiones, a flor de plástico de psiquiátrico, al perfume marchitado de los ausentes.

Ese otoño te acecha con la mirada aburrida del vigilante de un zoo, renuncia apático a su atuendo impresionista de postal y zancadillea, por pasar el rato, a los segunderos de los relojes. Ese otro otoño también se resiste a morir. En las tardes oscuras de nublado se camufla con su uniforme más anodino y aniquilador, y te doblega con una melancolía áspera, densa y terrestre.

Luchar contra él es inútil. Recomiendo dejarse llevar, no tomar decisiones, contratar un conductor de caravanas de camellos y vagar por el desierto sombrío en que todo parece convertirse por momentos. Luego, esperar.


Juan Luis Blanco
14/11/2011

Inter-rogatorio

viernes, 11 de noviembre de 2011
Permaneció sentado al sol hasta que se acabó el agua de la cantimplora. Parecía momento de irse y decidió visitar un antiguo templo que le quedaba de paso. Hacía mucho tiempo que había perdido la fe que trataron de inculcarle, pero si había un lugar apropiado para la oración, o en su defecto, para atender cada cual a sus adentros, era aquel templo octogonal en mitad de la nada.

Un candado dorado le impidió la entrada. A él le había costado mucho tiempo prescindir del reloj y dejarse llevar por impulsos menos mecánicos y más vitales, y ahora resultaba que era dios quien tenía horarios. Más tarde de las dos y media uno no era bienvenido en su casa... Contrariado, rodeó el templo disfrutando de algunos detalles arquitectónicos que ya casi no recordaba. Inspirado por un extraño capitel y por el recuerdo de los ojos de alguien a quien no le iba a venir mal un poco de suerte aquella tarde, inventó un dios y una oración para aquel momento, para aquel día. Luego, se dispuso a continuar su camino.

Miles de grullas cruzaron entonces el cielo en larguísimas hileras. Rió con ellas, y quedó largo rato con la mirada fija en la última grulla de la última hilera. Se preguntó si también reiría, si alguna vez miró hacia atrás, o si en alguna ocasión le tocó volar sin nadie delante. Se preguntó si aquel ave sabía qué hora era. Si dios sabía qué hora era. Se preguntó cómo era posible que un dios con poderes sobrenaturales hubiera creado tal cantidad de seres imperfectos, y, en unos minutos, uno de aquellos seres imperfectos hubiera creado una divinidad todopoderosa.

No supo responderse, y nadie lo hizo por él. Tampoco supo interpretar las risas de las grullas. Como otras tantas veces, volvió a su casa con una nueva colección de preguntas que poco a poco irían desvaneciéndose en el olvido. Igual que el sonido de las miles de grullas que en aquel momento estaban a punto de desaparecer en la lejanía.



Juan Luis Blanco
11/11/2011

Agenda alada

miércoles, 2 de noviembre de 2011
El lunes del lunes es el martes. El miércoles la semana se lanza en picado desde su atalaya y desciende incontenible hacia el “sabadomingo”. Y así, 52 parpadeos que añaden, sin haberlo sentido, un año más de experiencia a nuestra juventud incurable... Mi nueva agenda me da vértigo y ánimo por igual.


Juan Luis Blanco
2/11/2011