Terceros tiempos

miércoles, 15 de septiembre de 2010
A sus 78 años, Sofía había disfrutado de las vacaciones más largas de su vida: dos semanas en Benidorm. Volvió con más ganas que nunca de abrir su vieja zapatería. Echaba de menos las largas charlas con sus clientes habituales, quienes le hacían, si nada alteraba sus rutinas, al menos una visita diaria. A última hora de esa primera mañana, algo tarde para lo que solía acostumbrar, se presentó Agustina, con una mancha de pintura color marfil encima de su sonrisa. En pocos minutos le puso al corriente de lo costoso que le estaba resultando aquel año pintar la persiana de su relojería. No compró nada. Nunca lo hacía. De hecho, aparte de las sonrisas, los besos y los sabios consejos de Sofía, en los últimos tres años nadie se había llevado nada de aquella zapatería.

Agustina volvió a rematar los últimos detalles de la tercera mano de pintura que había dado a su persiana. La última capa todavía brillaba fresca y grumosa. En la acera, como un firmamento desplomado, cientos de gotas de color marfil bosquejaban nuevas constelaciones que se iban completando y complicando cada año, y que no eran más que el reflejo del avance de una enfermedad que el tiempo, aquel que antaño todo lo curaba, no iba a hacer otra cosa que agravar. Hacía más de mil días que en aquella tienda no se oían ya ni campanadas, ni cantos de cuco, ni tic-tacs. Pero ni el tiempo ni la enfermedad de Parkinson iban a detenerse por eso. Mientras recogía las brochas Agustina escuchó los pasos cada vez más torpes de Renato. Éste cambió la bolsa de mano y la saludó escueta pero cariñosamente mientras se preguntaba cuál podía ser el objeto de pintar cada año la persiana de un comercio que llevaba tiempo cerrado.

Renato, que había visto crecer a Sofía y Agustina, nunca pudo soportar parecer un inútil, y entre el orgullo de marino viejo y la exigua reserva de vitalidad que aún conservaba, reunía la energía necesaria para acercarse todos los mediodías al contenedor para echar la basura. Aunque su hijo Javier nunca se lo pidió, Renato no soportaba verlo bajar de casa con la bolsa de basura mientras él permanecía tendido en el sofá. De modo que un día, sin mediar palabra, comenzó a bajarla él mismo. A pesar de que Javier — pensando quizás que su padre no se daba cuenta— llenaba cada vez menos las bolsas, Renato notaba que las idas y venidas al contenedor se hacían cada vez más largas. Lo que primero fueron diez minutos, se convirtieron pronto en quince, y luego, a medida que la torpeza fue sugiriendo acortar los pasos y cuidar el equilibrio, llegaron a ser casi veinticinco. Lo que Renato no podía saber es que aquella mañana, el paseo hasta el contenedor le iba a llevar todo lo que le quedaba de vida.

A Javier se le hizo muy pesado atender a toda la gente que acudió al velatorio de su padre. Únicamente cuando los dejaron a solas pudo mirarlo con calma y despedirse de él en silencio. Sabía que en algún momento él también tendría que irse pero en su cuerpo ningún músculo parecía obedecer. Cuando por fin comenzó a dar la media vuelta más dura de su vida, algo llamó su atención: su padre, que siempre calzó alpargatas azules y adivinaba la hora con sólo levantar la vista al cielo, llevaba ahora unos lustrosos zapatos de cuero marrón y un impecable reloj de muñeca detenido en la hora exacta de su fallecimiento. Recordó con ternura el torpe caminar de su padre, la sonrisa sin dientes de Sofía y la mirada miope de la relojera. Embriagado de admiración, cerró la puerta tras de sí y, aunque no hubiera sabido explicar por qué, sonrió.


Juan Luis Blanco
15/09/2010

6 comentarios:

Anónimo dijo...

San Juan Iturriko plazan imajinatzen dut Renato, itxitako erlujo dendaren eta zapata denda berriaren aurretik karretera zeharkatzen, kontenedoreetako bidean.

Juan Luis dijo...

Buah!!!! Bai asmatu!!!!!
Berez, istorioaren zapata denda ez da hori, beste toki batean dago, baina Renato, egunero pasatzen da erloju denda horren aurretik kontenedore horietako bidean... Zein zara? Miss Gepeese? ;-)

Anónimo dijo...

Miss Gélé.

Juan Luis dijo...

:-)
Rastrillo berdeaz aparte, erlojua eta zapata pare bat irabazi dituzu!!!

Anónimo dijo...

Kontuz, te estás enjaranando!!!!

Nora(?) dijo...

Ez dakit zer den interesgarriagoa irakurri berri dudan ipuintxoa, zeinek erabat unkitu nauen.
Edo komentarioetara sartu eta bertan topatu dudan ipuinak. Miss Gélé(anonimoa?¿)eta idazlea. Akaso hortxe daukazu beste ipuin eder baterako haria...
Benetan politta, Juanlu.

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