Una puerta llora. El llanto acompaña la entrada a la casa vacía. Un eco de risas pretéritas me asalta desde la oscuridad y un lamento, un lamento inaudible pero presente, se desliza por el pasillo. Cientos de minutos de felicidad enmohecida se me vienen encima desde los techos. La casa duele. Y hay un alma sola, un alma partida, un alma agotada, que no termina de habitarla. En la calle suena la música. Adentro ninguna melodía puede con ese silencio sólido, pesado y monocolor. Solo en la casa. En la casa deshabitada. Un vals desgarrador se cuela sin permiso por una grieta y grita una insoportable ausencia. La puerta llora de nuevo. Y otro llanto acompaña la salida de la casa desierta. Afuera, el futuro se viste de nube y, mirándome insistente desde los charcos, la lluvia se confirma como nueva compañera.

29/04/2014