Hada marina

viernes, 13 de enero de 2012
Emergió una noche sin horizonte de una cueva laberíntica atestada de extraños y la mañana lluviosa de un sábado caminaba a su lado. Aquella mujer, que en ocasiones se engalanaba con olas de otros mares, propiciaba juegos de palabras entre desconocidos o traducía el discurrir del óxido sobre las rocas, lo llevó hasta el lugar exacto donde yacía la protagonista de un cuento que escribió muchos meses atrás, y que nadie más que él podía conocer. Se preguntó muchas veces qué tipo de trato tenía aquella criatura con el destino para provocar semejante cúmulo de casualidades a cada minuto. Con ella lo improbable corría el riesgo de convertirse en rutinario y pestañear podía suponer volver a abrir los ojos en una realidad irreconocible.

Su poder de atracción se extendía también al sol, a los equívocos con significado y a las miradas perdidas. Cruzarse con sus ojos entrañaba quedar irremediablemente hechizado. Dejarse rodear por sus brazos significaba navegar en un remolino hasta el hemisferio sur, y el más leve roce de sus labios desencadenaba mil notas submarinas de piano. Cuando ella le contó que era experta en el manejo de la espada, que a veces la adulaban en lengua árabe y que la víspera había conquistado Samoa, él la creyó. ¿Qué otra cosa podía hacer? Acababa de ponerle frente a frente con un personaje imaginario de cuya existencia nadie tenía noticia. Yacía a sus pies sobre el asfalto, con el mismo aspecto desaliñado y sucio con que él la había imaginado, con la diferencia de que Berta, la muñeca de fieltro, era ahora real. Y aquella mujer... ¿dónde estaba aquella mujer?


Juan Luis Blanco
13/1/2012

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