Para mis afueras

martes, 2 de febrero de 2010

Bailan las dudas en mi cabeza, y hablan entre ellas de algunas certezas, como la de que hay no menos de 100.000 poetas, y otros tantos escritores, con la destreza suficiente como para reescribir esto de un modo muchísimo más bello. Y sin embargo... Sin embargo prosigo. Los dedos caen sin tregua sobre el teclado, sabiendo quien los manda –a pesar de ello–, y, resignados, tratan de acomodar en las estructuras propias del lenguaje un sinfín de pensamientos que brotan sin dirección ni objeto alguno. Es sólo necesidad. Necesidad de expresar hacia fuera, necesidad de percibir el eco de los propios pensamientos en otro lado. Y eso es esta hoja que se va llenando de símbolos: un muro que me devuelve un eco incierto, pero más ordenado.

Y pienso, ahora para mis adentros, si escribir, con ese orden que imponen las normas gramaticales, no será encorsetar, dirigir, encauzar un río de ideas que de otro modo se desparramarían naturalmente en todas direcciones. ¿y si pienso, escribo y no releo, y dejo que todo fluya por momentos, y recuerdo algunas amapolas en una cuneta aquel día de viento? y los coches a toda velocidad, claro, a lo mejor no era el viento. Miles de cristales pequeñitos que llenan los arcenes de las carreteras. Brillitos. Asfalto. Meseta amarilla, sol de justicia, azul profundo e inmenso. Viajar.
Con mi padre. Siendo extranjero y volviendo a sus orígenes, a mis orígenes. A la tierra seca. Olvidar las nubes, el verde, el barro, los nublados, la añoranza del sol, las mareas. Si, ya se van desparramando, y necesito respirar, y dejo      unos      espacios      para que tu imagines y yo descanse. El tiempo justo para recordar una melena ajena y rubia golpeando mi cara. Otra vez viento, y calor. ¿Era rubia? No lo sé, era ajena y estaba lo suficientemente cerca. Tampoco hacen falta todos los detalles. Pero allí si había mareas. Subiendo y bajando, cíclicas. No, no voy a borrar lo de cíclicas, ahí se queda para mi disgusto y el tuyo quizás. Pero ya ves como la cosa va de otra manera, y sin embargo, tan bien que nos han educado, siguen cayendo casi todos los acentos en el lugar que les corresponde, y me aterroriza alterar la ortografía o cambiar el orden de las palabras en una frase, no sea que no se me entienda, y pongo comas para que tomes aire, y caigo nuevamente en la tiranía de la gramática, y mi pensamiento, cansado, se acomoda a las estructuras habituales, cotidianas. Y mis dedos son ahora más lentos. Y el desasosiego en mi estómago se hace, ¿cómo lo diría? Más..., más... Si, más llebadero. ¡Si!

Juan Luis Blanco
2/2/2010

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