
Me maúlla a la cara mis ausencias y se desgañita a deshoras exigiendo su ración atrasada de caricias. Antes, a deshoras, mi gato tocaba el piano sin saber solfeo. Ahora ha aprendido solfeo
—do-re-miau-fa-sol-la-si-do...—, pero ya no toca el piano nunca. No me hace mucha gracia que sea tan humano. A veces pienso que soy más gato que mi gato.
31/7/2011
0 comentarios:
Publicar un comentario