De oficios

domingo, 28 de marzo de 2010
—Hoy están cruzando el cielo mil aviones —pensó Estela —. Me lo llenan de rayas. Dibujan en él sin pedir permiso y dejan ahí sus pintadas compartimentando un azul originalmente infinito.

La cosa iba de rombos, como el jersey del banquero que tenía delante.

—¿Profesión?

—Lo primero que haré con el dinero será un largo viaje. En avión —fantaseaba ensimismada Estela, sin prestar atención a la rutinaria letanía de preguntas.

—¿¿Profesión?? —subió el tono el impaciente empleado.

—Perú, los Andes, el mundo de los Incas, el desierto, la selva... Luego Brasil...

—¿¿¿Profesión??? —enfadado y exagerando la entonación como un mal actor.

—Ejemplo, ¿y usted? —disparó Estela, disimulando la ironía con una inocente sonrisa

—¿Ejemplo de qué? —había estado a punto de gritar el banquero. Pero enseguida se dio cuenta de que cualquier posible conversación sobre conductas ejemplares lo iba a situar en franca desventaja. Así que intentó sosegarse y trató de ser amable y claro. Sobre todo claro.

—Le estoy preguntando por su profesión, su oficio señorita.

—Mi oficio. Veamos: restauradora de olvidos, retratista de presentes y arquitecta de sueños. Hechicera y brújula de almas errantes.

—¿Alguna otra profesión más..., menos..., insólita? —balbuceó descolocado y nervioso el banquero.

—A ver: recolectora de notas desafinadas, hipnotizadora de reptiles medianos y encantadora de otros seres más o menos vivos a tiempo parcial

—¿Me esta usted tomando el pelo? ¿Pero es que no ha tenido usted ningún oficio serio? —la increpó su interlocutor volviendo a perder la compostura.

—Mmmmmh: notaria de aconteceres, contable de nubes y administradora de hoyuelos. Asesora de brisas y vientos, auditora de primaveras y analista de espirales. ¿Le valen?

La paciencia del banquero entró en picado en números rojos, y en su tono se adivinaba una rabia que estaba a punto de rebasar las fronteras de su autocontrol.

—¡Mire usted! ¡No tengo tiempo que perder! Si es tan amable, le agradecería que me hablara directamente de sus ingresos.

—Está bien. No hay problema. Déjeme que haga memoria. Mire, no más fueron dos. Y ahora le cuento. Pero antes hágame un favor: vaya llenándome esta bolsa con los billetes de ese cajón y ponga su reloj sobre la mesa. El primero fue en el penal de Cáceres. Dos años y cuatro meses. Meta también aquella grapadora, por favor —susurró con voz de seda mientras acariciaba el percutor de la pistola—. El segundo en la cárcel del Salto del Negro. Mucho calor, aunque no tanta humedad como aquí. Perdone, ¿podría prestarme también su estilográfica? Gracias. Le escribo aquí mi oficio actual, el que ahora me ocupa. Y me la voy a quedar si no le importa. Gracias de nuevo. Ahora me tengo que ir.

Paralizado por el miedo y la sensación de humedad que se extendía por su entrepierna, el banquero la vio marchar. En el papel que había dejado sobre la mesa, escrito en delicada y fluida cursiva decía: atracadora de bancos, espantaparásitos y destriparrombos. Estela. :-)



Juan Luis Blanco
27/3/2010

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Si algun dia me convierto en persona normal, busco trabajo, me contratan en un banco y se me ocurre ponerme un jersey de rombos... YO QUIERO ME ATRAQUE UNA ATRACADORA COMO ESTELA!!!! :-)

eider

Juan Luis dijo...

Si algún día te conviertes en persona normal, buscas trabajo, te contratan en un banco y se te ocurre ponerte un jersey de rombos... ¡¡¡yo no me lo quiero perder!!! Iré a verte, y luego, ¡cómo no!, llamaré a Estela para que con sus maravillosas dotes para la persuasión, te haga entrar en razón... ;-)

eider elizegi dijo...

Jua jua jua... meeeeenos mal, que bien cuidas de mí! :-)

Anónimo dijo...

Barretxo bat sortarazteko ipuin egokia.
Hotza ote pistolaren heldulekua?

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