La suerte rara

martes, 16 de marzo de 2010
Uno no sabe bien por qué, ocurre que un día, uno de esos en los que te despiertas un poco más solo y presa de un inexplicable malestar existencial, te llega un mensaje de correo electrónico mal traducido del inglés, donde consigues entender que eres afortunado porque te venden no se qué gangas de imitación que son incluso mejores que los originales. Entonces te cagas en tu puta fortuna mientras dejas escapar la que probablemente sea la primera y última sonrisa del día. Y acto seguido, se te ocurre la pregunta: ¿Qué hace la suerte cuando no te sonríe? ¿Dónde cojones se mete?

Cuando la suerte no te sonríe, no te cruzas al final de la calle con tu amigo porque se te ha ocurrido, de repente, entrar a una cafetería a desayunar. No ves la sonrisa que te dirige la chica de la mesa del fondo porque se te ha caído al suelo el azúcar, y justo antes de que encuentres la única buena noticia de la jornada en el periódico, un pesado desconocido te abruma con su parloteo vacío pero sin huecos, mientras te preguntas que verá en ese impresentable aquella diosa, la de la mesa del fondo, para dirigirle tan encantadora sonrisa...

Cuando la suerte no te sonríe, no entiendes la cara de felicidad de tu vecino, te parecen estúpidos y hasta crueles para con el prójimo los arrumacos públicos de las parejitas enamoradas y llegas a considerar insolidario cualquier gesto amable que tenga lugar a tu alrededor, sobre todo porque ninguno de ellos va dirigido a ti. A nadie le apetece ver la sombra de miseria que arrastras. O quizás no la puedan percibir, sumidos como están en su dicha miope y autocomplaciente.

Cuando la suerte no te sonríe, no está tan lejos como pudiéramos pensar. Simplemente te da la espalda, pero gira la cabeza lo justo para que puedas intuir la espléndida sonrisa que esta dirigiendo a los demás. Te ronda, se exhibe con maldad desde todos los ángulos imaginables para que te sea imposible ignorarla y te pone delante de los ojos la lupa de magnificar bienaventuranzas ajenas; pero no te toca ni te mira a los ojos. La suerte, cuando no te sonríe, llega a doler.

Es rara la suerte. Así que, cuando no te sonríe, eres tú el que lo tiene que hacer. Con la más preciosa y difícil de tus sonrisas: esa que proviene de los lugares más lúgubres de tu alma y que ha recorrido cien laberintos de amargura antes de llegar a tu rostro. Sonrisa que, sin especiales aspavientos, es a la vez triunfo y demostración de actitud. Sonrisa misteriosa, concisa y profunda que no necesita de excusas externas, y ante la que acaban inhibiéndose, avergonzadas y encogidas, las sonrisitas superficiales de la felicidad fácil de los afortunados.

Entonces, cuando esa sonrisa llega y brilla en tu cara con una dignidad nueva, sigues tu camino mostrándole tu espalda a la suerte, y dedicándole un guiño para hacerle saber que, si quiere, te puede seguir, aunque no sea del todo necesario.



Juan Luis Blanco
15/03/2010

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