 Ayer me sentía un poco solo. Esta mañana he pasado mucho frío.
Ayer me sentía un poco solo. Esta mañana he pasado mucho frío. Pero ahora me acompañan un gato, un piano, un libro de viajes y unas horas de sol.
Soy rico. Y se me había olvidado.

25/12/2011








 En ocasiones el otoño se presenta parduzco, monócromo y sin brillo, como esa carretera abandonada donde pasean los jubilados, o como la valla descolorida de un parque infantil vacío.
En ocasiones el otoño se presenta parduzco, monócromo y sin brillo, como esa carretera abandonada donde pasean los jubilados, o como la valla descolorida de un parque infantil vacío.
 Permaneció sentado al sol hasta que se acabó el agua de la cantimplora. Parecía momento de irse y decidió visitar un antiguo templo que le quedaba de paso. Hacía mucho tiempo que había perdido la fe que trataron de inculcarle, pero si había un lugar apropiado para la oración, o en su defecto, para atender cada cual a sus adentros, era aquel templo octogonal en mitad de la nada.
Permaneció sentado al sol hasta que se acabó el agua de la cantimplora. Parecía momento de irse y decidió visitar un antiguo templo que le quedaba de paso. Hacía mucho tiempo que había perdido la fe que trataron de inculcarle, pero si había un lugar apropiado para la oración, o en su defecto, para atender cada cual a sus adentros, era aquel templo octogonal en mitad de la nada.
 El lunes del lunes es el martes. El miércoles la semana se lanza en picado desde su atalaya y desciende incontenible hacia el “sabadomingo”. Y así, 52 parpadeos que añaden, sin haberlo sentido, un año más de experiencia a nuestra juventud incurable... Mi nueva agenda me da vértigo y ánimo por igual.
El lunes del lunes es el martes. El miércoles la semana se lanza en picado desde su atalaya y desciende incontenible hacia el “sabadomingo”. Y así, 52 parpadeos que añaden, sin haberlo sentido, un año más de experiencia a nuestra juventud incurable... Mi nueva agenda me da vértigo y ánimo por igual.
 Hola puto diario,
Hola puto diario,
 Hoy me tengo que felicitar. Son las 3 de la tarde y no he infringido todavía ninguna ley. Puede sonar exagerado, pero los que tenemos la costumbre de transitar por este mundo en una furgoneta nos contamos entre los pocos seres vivos capaces de quebrantar leyes incluso dormidos.
Hoy me tengo que felicitar. Son las 3 de la tarde y no he infringido todavía ninguna ley. Puede sonar exagerado, pero los que tenemos la costumbre de transitar por este mundo en una furgoneta nos contamos entre los pocos seres vivos capaces de quebrantar leyes incluso dormidos.


 Anoche, mientras buceaba sin oxígeno en un mar de recuerdos y sin venir a cuento, mis ojos se volvieron azules. Más en la superficie, mi gato, al que admiro cada vez más por su fascinante creatividad a la hora de recuperar protagonismo, se meó en mi partitura favorita de Prokofiev: La pluie et l'arc-en-ciel. Touché! Yo pensaba que aquel principio disonante se le haría familiar, que le agradaría por el parecido con sus primeros pasos sobre las teclas…, pero me temo que estoy otra vez equivocado. Hoy mis ojos han vuelto a su habitual tono indefinido y vuelvo a hacer equilibrios de funambulista desentrenado sobre un presente cada vez más delgado. No tengo ni la más remota idea de cómo acabará la semana. Ni el mes. Ni el año. De momento, esa partitura amarillenta se ha convertido en lo más parecido a un objetivo que puedo dibujar ahora mismo en el futuro. Se va a enterar mi gato cuando escuche la deslumbrante melodía que, como sol entre nubarrones, se cuela entre sus compases…
Anoche, mientras buceaba sin oxígeno en un mar de recuerdos y sin venir a cuento, mis ojos se volvieron azules. Más en la superficie, mi gato, al que admiro cada vez más por su fascinante creatividad a la hora de recuperar protagonismo, se meó en mi partitura favorita de Prokofiev: La pluie et l'arc-en-ciel. Touché! Yo pensaba que aquel principio disonante se le haría familiar, que le agradaría por el parecido con sus primeros pasos sobre las teclas…, pero me temo que estoy otra vez equivocado. Hoy mis ojos han vuelto a su habitual tono indefinido y vuelvo a hacer equilibrios de funambulista desentrenado sobre un presente cada vez más delgado. No tengo ni la más remota idea de cómo acabará la semana. Ni el mes. Ni el año. De momento, esa partitura amarillenta se ha convertido en lo más parecido a un objetivo que puedo dibujar ahora mismo en el futuro. Se va a enterar mi gato cuando escuche la deslumbrante melodía que, como sol entre nubarrones, se cuela entre sus compases…
 Llevaban ya horas remontando la cresta de la montaña. Desde el collado no se habían cruzado ninguna palabra. El cansancio se hacía ya patente en el ritmo de sus pasos y en el ánimo.
Llevaban ya horas remontando la cresta de la montaña. Desde el collado no se habían cruzado ninguna palabra. El cansancio se hacía ya patente en el ritmo de sus pasos y en el ánimo.
 Me maúlla a la cara mis ausencias y se desgañita a deshoras exigiendo su ración atrasada de caricias. Antes, a deshoras, mi gato tocaba el piano sin saber solfeo. Ahora ha aprendido solfeo —do-re-miau-fa-sol-la-si-do...—, pero ya no toca el piano nunca. No me hace mucha gracia que sea tan humano. A veces pienso que soy más gato que mi gato.
Me maúlla a la cara mis ausencias y se desgañita a deshoras exigiendo su ración atrasada de caricias. Antes, a deshoras, mi gato tocaba el piano sin saber solfeo. Ahora ha aprendido solfeo —do-re-miau-fa-sol-la-si-do...—, pero ya no toca el piano nunca. No me hace mucha gracia que sea tan humano. A veces pienso que soy más gato que mi gato.
 Bajaron del autobús y comenzaron a hacerse fotos junto a la estatua de mármol blanco. Como una manada de animales hambrientos que necesitaran acumular en sus cámaras pedacitos de viaje para tiempos peores. ¡Cuánto han cambiado las formas de viajar! —pensé–, y retiré la mirada de la efigie de Elcano y de la penosa escena que tenía lugar a sus pies.
Bajaron del autobús y comenzaron a hacerse fotos junto a la estatua de mármol blanco. Como una manada de animales hambrientos que necesitaran acumular en sus cámaras pedacitos de viaje para tiempos peores. ¡Cuánto han cambiado las formas de viajar! —pensé–, y retiré la mirada de la efigie de Elcano y de la penosa escena que tenía lugar a sus pies.
 Como en otras ocasiones en que hemos atravesado un bosque, hoy, a la sombra del encinar, Mauro ha vuelto a sus proverbiales interrogatorios: ¿Cuántos años viven los árboles? ¿No es injusto que vivan mucho más que nosotros y no puedan ni siquiera moverse de su sitio? ¿No son demasiados años para una vida tan aburrida? ¿No sería mejor morirse un poco antes?...
Como en otras ocasiones en que hemos atravesado un bosque, hoy, a la sombra del encinar, Mauro ha vuelto a sus proverbiales interrogatorios: ¿Cuántos años viven los árboles? ¿No es injusto que vivan mucho más que nosotros y no puedan ni siquiera moverse de su sitio? ¿No son demasiados años para una vida tan aburrida? ¿No sería mejor morirse un poco antes?...


 Como otros años salió de Zeven el 30 de junio camino de Pamplona. Solía darse una semana porque era el tipo de persona que adora el viaje tanto como el destino y no desaprovechaba las ocasiones para facilitar los encuentros, ya fueran con lugareños o con viajeros como ella. Apenas quedaban unos minutos para el mediodía del día seis, y ya estaba empapada en sudor. Mientras se preguntaba cómo era posible que entrara tanta gente en la plaza del ayuntamiento le vino a la mente la imagen de Raymond, el marino que conoció en La Rochelle. Recordó las caracolas de su pelo, sus manos rudas y agrietadas, su dulce y serena mirada. Los cánticos la devolvieron de nuevo a la plaza. La gente se empujaba, reía, gritaba en todos los idiomas imaginables. Era prácticamente imposible escuchar el pregón. Disfrutaba con aquel espectáculo pero se sentía incómoda. Además del sofoco comenzaba a sentir mareos. Y claustrofobia. Aguantó hasta escuchar el chupinazo. Con el vello erizado por la emoción apagó el minitelevisor, salió a la cubierta del velero y gritó: Ray, tu sabes si el Arga es navegable? No tengo ni idea —respondió él. Y acompañó el giro del timón con una sonora y luminosa carcajada.
Como otros años salió de Zeven el 30 de junio camino de Pamplona. Solía darse una semana porque era el tipo de persona que adora el viaje tanto como el destino y no desaprovechaba las ocasiones para facilitar los encuentros, ya fueran con lugareños o con viajeros como ella. Apenas quedaban unos minutos para el mediodía del día seis, y ya estaba empapada en sudor. Mientras se preguntaba cómo era posible que entrara tanta gente en la plaza del ayuntamiento le vino a la mente la imagen de Raymond, el marino que conoció en La Rochelle. Recordó las caracolas de su pelo, sus manos rudas y agrietadas, su dulce y serena mirada. Los cánticos la devolvieron de nuevo a la plaza. La gente se empujaba, reía, gritaba en todos los idiomas imaginables. Era prácticamente imposible escuchar el pregón. Disfrutaba con aquel espectáculo pero se sentía incómoda. Además del sofoco comenzaba a sentir mareos. Y claustrofobia. Aguantó hasta escuchar el chupinazo. Con el vello erizado por la emoción apagó el minitelevisor, salió a la cubierta del velero y gritó: Ray, tu sabes si el Arga es navegable? No tengo ni idea —respondió él. Y acompañó el giro del timón con una sonora y luminosa carcajada.






 Mientras caminaba entre muebles y parejas de jóvenes por el intrincado laberinto del centro comercial, se me ocurrió que una visita al Ikea era probablemente la prueba de fuego para una pareja que ha decidido iniciar una convivencia. Precios, colores, volúmenes, espacios, gustos, costumbres, presupuestos, espectativas... ¡Hay tantas oportunidades para el desencuentro que salir de la mano de tu pareja constituye sin duda una proeza!
Mientras caminaba entre muebles y parejas de jóvenes por el intrincado laberinto del centro comercial, se me ocurrió que una visita al Ikea era probablemente la prueba de fuego para una pareja que ha decidido iniciar una convivencia. Precios, colores, volúmenes, espacios, gustos, costumbres, presupuestos, espectativas... ¡Hay tantas oportunidades para el desencuentro que salir de la mano de tu pareja constituye sin duda una proeza!